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Aunque ‘La guerra de las corrientes’ (The Current War, 2017) tiene ya dos años, nos llega a finales de la década, con un estreno retrasado por los distintos problemas que siguen arrastrando las producciones del depredador de Hollywood Harvey Weinstein. Confeccionada cuando los servicios de vod aún estaban en ascenso y en los estrenos de pantalla grande todavía se hacía hueco para films de presupuestos amplios, pero no tan grandes como un blockbuster.
Resulta irónico que un film de estas características tenga un estreno medio, lejos del tratamiento que podría haber tenido en la década pasada, en plena eclosión de las plataformas y la guerra por la conquista de la banda ancha de Netflix, HBO, Amazon, Apple y Disney+. La guerra del título, de hecho, lleva el nombre de la infame batalla de ingenio en los Estados Unidos en la década de 1880, entre Edison (Benedict Cumberbatch) y el empresario George Westinghouse (Michael Shannon).
Su carrera consistió en adelantar al otro proporcionando electricidad para iluminar y, en última instancia, impulsar el país, y cambiar el mundo. Lejos de la mirada jovial asociada a los descubrimientos científicos, en ‘La guerra de las corrientes’ priman las maquinaciones despiadadas que a menudo siguen al "eureka". En este escenario, se dan todas las características de un melodrama biopic estándar, pero toma un camino diferente gracias al guion de Michael Mitnick, sorprendentemente divertido, y que ofrece a todos los actores, en particular a Shannon, una amplia oportunidad para el humor ácido.
El libreto de Mitnick también va cambiando la narrativa, presentando nuevos personajes y subtramas que amplían el alcance de la historia, dándonos un retrato no solo de Edison y Westinghouse sino también del mundo y la sociedad en la que vivieron. Una vez están colocadas los patrones de la discordia se presenta al inventor Nikola Tesla (Nicholas Hoult), quien trabajó brevemente para Edison antes de montarse su propia compañía, después de que Edison no valorara su brillantez.
Un reparto eléctrico
El reparto de ‘La guerra de las corrientes’ es un lujo. Cumberbatch, con su experiencia de Alan Turing, Julian Assange o Sherlock Holmes no falla en su faceta de genio terrible, superdotado y cuestionable como persona. Aunque está tan fino como siempre hay una sensación de que el perfil se le está agotando un poco y debería ir dándole un toque a su agente para que le mueva en otros papeles si no quiere acabar pronto a ingresar en las filas de repartos de filmes de época, y con mucha probabilidad, exclusivamente británicos.
Shannon siempre deja a sus compañeros algo desdibujados y aquí es el más interesante como el más oportunista y despiadado Westinghouse. Nicholas Hoult es un Nikola Tesla decente, el visionario que se pone del lado de Westinghouse pero es difícil quitarse de la cabeza que el Tesla cinematográfico más fascinante tuvo cara de David Bowie. Katherine Waterstone muestra a Marguerite Westinghouse como una igual a su marido en una representación voluntariosa de una mujer formidable que lo tiene difícil en una historia tan llena de testosterona.
Por ello Waterston está infrautilizada a pesar de los intentos de inyectar a Marguerite en la trama, pero nunca queda al mismo nivel, un poco lo mismo que Tesla, que se presenta como una pieza importante, pero va retrocediendo poco a poco. En general, los momentos visualmente más exitosos del film surgen cuando las personas reciben la luz eléctrica por primera vez, algo que ahora consideramos absolutamente mundano tiene aquí casi un aire de magia, cortesía del director de fotografía Chung-hoon Chung, el genio detrás de la de ‘It’ (2017).
Una mirada empresarial a los genios
Con un reparto de altura y algunas líneas de guion reseñables, ‘La guerra de las corrientes’ es una experiencia evocadora de la década más inventiva de la historia, pero en su parte más sorprendente —por cómo tendemos a sacralizar a los pioneros— reflexiona sobre las diversas motivaciones que impulsaron el progreso más allá del instinto visionario:** ego, dinero, filantropía… lo cual cuaja muy bien con el perfil más conocido de ogros alabados por su contribución final al mundo, como **Steve Jobs.
Pero lo que no logra conjurar, hasta que es demasiado tarde, es la emoción de la invención misma. En ese sentido, carece de la chispa dramática de la más compacta ‘The Imitation Game’ (2014), a pesar de los esfuerzos del director Alfonso Gomez-Rejon y su bullicioso uso de trucos de cámara, desde zooms, tomas de grúa y paneos que quieren capturar el sentido de la maravilla del momento creativo sin conseguirlo del todo. Pese a ello, funciona bastante bien gracias a curiosidades fascinantes, como la triste conexión entre Edison y la primera silla eléctrica.
Tiene cierta personalidad y detalles emotivos, pero su problema, hoy por hoy es su público objetivo. Más allá de su valía, trata temas didácticos, orientados a adultos de mediana edad y su voluntad cinematográfica se va a estrellar con la realidad del cine en casa. Puede que la década de 2020 encuentre un espacio para estas propuestas de gran factura sin aspiraciones Óscar, pero es imposible no tener cierta mirada pesimista, porque hoy por hoy, en la guerra actual de plataformas, las que han perdido la lucha por la pantalla grande son producciones medianas como esta.
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Autor/Editor: Jorge Loser
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Fecha: December 30, 2019 at 07:02AM
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