Sam Raimi ha confirmado que volverá a adaptar un cómic en ‘Doctor Strange: In the multiverse of Madness’, la que estaba llamada a ser la primera película de terror del Universo Cinemático Marvel. Y es que el director de ‘Posesión Infernal’ (Evil Dead, 1981) había abandonado a su querido Spider-Man tras la tibia tercera parte. Pero antes, logró la que es hoy una de las pocas películas de superhéroes que se puede considerar obra maestra en su género: ‘Spider-Man 2’ (2004).
Quedan las dudas tras la marcha de Scott Derrickson, quien sí miraba a la secuela de su film como un film de terror genuino, pero las declaraciones de Kevin Feige, afirmando que sería un film de aventuras, con “algunas escenas intensas”, preveía lo que acabó pasando. Derrickson salió del proyecto por diferencias creativas para ser sustituido por Raimi, que pese a su herencia en el cine de terror, es más susceptible de entregar un trabajo más ligero, en el que su humor e inventiva visual de tebeo suavice la visión más oscura planeada.
Queda la espinita de no ver lo que pudo haber hecho el director de ‘Sinister’ (2012), pero al menos, con la carrera de Raimi sabemos a qué atenernos. Conviene no olvidar que él es el artífice de un film de superhéroes que marcó el patrón de todo el universo Marvel y desarrolló una fórmula y tono que han seguido los films de la empresa a partir de ‘Iron Man’ (2008). La primera ‘Spider-Man’ (2002), pese a algunos problemas de ritmo en su parte final, está llena de hallazgos que luego veremos en el cine Marvel posterior.
Por ejemplo, el efecto slow motion con el que superhéroes como Mercurio o Flash ven la realidad cuando usan su velocidad, ya aparecía en la primera entrega. Además, Raimi acercaba realmente la narrativa cinematográfica a la de un cómic, utilizando el tono que ya había utilizado en su ‘Darkman’ (1990), su tebeo de antihéroe de terror que también le legitima para la secuela de Dr. Strange. Su mirada a Spider-Man se ve hoy como una transición entre las adaptaciones canónicas de DC de Tim Burton y Richard Donner y el Marvel posterior.
La transición renovadora del cine de superhéroes
Se pueden notar herencias de las formas antiguas, sobre todo en las fanfarrias de Danny Elfman, con inevitables conexiones con su ‘Batman’ (1989) y su ‘Darkman’, pero los titubeos de la primera entrega se convertirían en una obra con piernas propias en ‘Spider-Man 2’, todo lo que un fan de a etapa dorada de John Romita podría pedir. Pese a lo que pueda parecer el descerebrado tono de aventura juvenil de las últimas dos ‘Spider-Man’, no pueden estar más alejados de las historias originales de Steve Ditko y Stan Lee.
Peter Parker es un adolescente, sí, pero uno obligado a madurar antes de tiempo, con problemas que otros compañeros de su edad no tienen. Y, ante todo, los primeros cómics del trepamuros, bueno, su etapa dorada, son auténticos dramas de romance juvenil y dilemas causados por las dificultades de ser héroe por accidente y, además, no tener un duro. Hablan, sin ir más lejos, de la dificultad de ser un superhéroe lleno de limitaciones y sin ningún agradecimiento. El tono de los mejores tebeos de Spider-Man llega a ser grave.
La personalidad bromista, los saltos y la retranca contra los delincuentes es parte de la catarsis que supone para Parker salir a solucionar la vida del vecindario, es su doble identidad real. Un secreto que le pesa pero le da vida, algo que le carcome pero que a lo que no puede renunciar. Mientras, en los nuevos filmes de John Watts, el hombre araña no solo no tiene dificultades económicas, sino que puede hacer de todo, porque es tan solo un pequeño aprendiz de Iron Man, un minion con un traje todopoderoso y sin ningún conflicto en la vida real salvo unas torpes imitaciones de comedia de los ochenta de John Hughes.
El orgullo de la vieja escuela
‘Spider-Man 2’ no se avergüenza de funcionar como un cómic de la vieja escuela. Parker es un nerd, pero uno que ve cómo de pronto tiene dilemas románticos y atrae a las mujeres. El núcleo central del film es el mismo que el de ‘Superman 2’ (1980) y acaba teniendo el mismo arco para el personaje, la pérdida de sus poderes y el intento de reconquistar su vida cotidiana. Y es aquí en dónde surgen las verdaderas fortalezas del film. Incluso con un actor que no es el Parker redondo como Tobey MaGuire, los conflictos humanos importan.
Hay un equilibrio perfecto entre la imposibilidad de Parker para llevar su vida adelante y las escenas de acción, la amenaza a Nueva York que resulta el Doctor Octopus. Pocas películas Marvel actuales mantienen esa pugna entre el interés por el personaje y lo que le ocurre —quizá solo las dedicadas a Iron Man y Ant-Man— y la amenaza del villano o villanos de turno. Puede que en otro tipo de adaptaciones, en otros filmes de cómic, no sea tan importante, pero en los de Spider-Man buscaban esos dilemas de folletín, y Raimi lo alterna con maestría.
La cuadratura entre la Universidad y el Daily Bugle, el casero pidiendo el alquiler, Mary Jane y el desahucio de la Tïa May está retratada con ritmo alterno, apretando hasta afectar a la existencia de Spider-Man de una forma orgánica. Muchos de los grandes momentos del film no ocurren en los momentos más espectaculares, sino en pequeñas escenas íntimas como Parker confesándole a la tía May lo ocurrido con el tío Ben, rodada entre un plano medio devastador, y el detalle de las manos, con el inesperado rechazo de su figura materna.
El precedente oculto de 'La La Land'
El aislamiento de Spider-Man del amor de Mary Jane, para evitar una vida de peligros, deja un final más amargo que romántico, agridulce y lleno de texturas pese a jugar con tópicos como el abandono del altar en el último momento. En realidad, no deja de ser la historia de dos jóvenes enamorados que tratan de perseguir sus sueños en la gran ciudad: una quiere ser actriz y otro no puede no ser Spider-man. En la renuncia de esos ideales por el otro está el corazón del film, que si acabara en la escena de la red podría ser la ‘La La Land’ (2016) del cine de superhéroes.
Pero si funciona en el plano emocional, en las escenas de acción creó un nuevo estándar que sigue funcionando como un reloj. No solo cambió la relación de aspecto y fotografía a un gran angular, si bien algunos efectos digitales se notan a día de hoy, la forma en la que están diseñadas las secuencias de lucha entre Spider-Man y Doctor Octopus son pura adrenalina. Golpes de montaje y planificación minuciosa que además buscan una belleza plástica a plena luz del día que trata de maravillar en su diseño.La edición especial, ‘Spider-Man 2.1’, incluye extensiones de estas escenas que hacen, incluso, más satisfactoria la experiencia global.
La personalidad de Raimi se deja notar toma a toma y deja su huella en la mejor escena del film, un minicorto de terror en el quirófano en el que los tentáculos del Doc Ock toman vida propia y provocan una matanza rodada con el estilo de su saga ‘Evil Dead’, con guiño a la motosierra incluida. Hablando de Ash, el cameo de Bruce Campbell en esta entrega es especialmente gracioso y hay un poquito más del mismo en la edición extendida. El film está lleno de esos autoguiños, pero también mostrando un gran amor por el fantástico clásico.
El retorno del rey
El cine de científicos locos de los 50 vuelve a hacer acto de presencia, y aunque las escenas con Octopus llevando a una Mary Jane gritando son inevitables recreaciones de ‘King Kong’ (1933), la presencia de Nueva York y un hombre bueno que se transforma en monstruo nos hace pensar en filmes de terror de la era atómica como ‘El coloso de Nueva York’ (The Colossus of New York, 1958) y Raimi no esconde ni un poco su vena retro, al igual que evitaba la comedia adolescente de instituto a lo ‘American Pie’ (1999) para presentar el origen del personaje con un tono de filmes de instituto de los 50.
Quizá lo peor de ‘Spider-Man 2’ sea su hipoteca con una tercera parte que ya sabemos que no estuvo a la altura, y las escenas de James Franco con su obsesión con el trepamuros y su ansia de venganza funcionan por contraposición a la identidad secreta de Peter con un hilo de amistad rota que queda algo descolgado para cerrarse de forma aparatosa en la siguiente entrega. Pero claro, si comparamos las ligeras pinceladas de film en contexto con el “efecto multiverso” y la codependencia de los nuevos filmes Marvel, resulta irrelevante.
El nombre de Sam Raimi no ha dejado de dar vueltas en la pantalla desde la posición de productor, con éxitos como ‘Infierno bajo el agua’ (Crawl, 2019), pero hace demasiado tiempo que no dirige una película de éxito. Es difícil predecir en qué fase creativa se encuentra el autor, pero reencontrarnos con el Raimi de una obra casi perfecta como ‘Spider-Man 2’ es poco realista, sin embargo, sí ilusiona la posibilidad de un Marvel diferente, menos encorsetado y más permeable a la autoría y a las impredecibles fuerzas del fantástico.
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Autor/Editor: Jorge Loser
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Fecha: April 20, 2020 at 10:31AM
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